¿Han sentido ese pequeño soplo que le da uno en el corazón cuando tiene ansiedad? Sí, ese momento en que ríes feliz de algo y súbitamente te viene la cabeza que el clásico continental está a horas. Vuelve el soplo, esa sensación de que el mundo es pequeño, que necesitas aire. Pienso que lo que tanto aprieta el pecho es tanto amor a esta camiseta, tantas ganas ganar, tanta ilusión, tantos sueños.

El camino al estadio es un martirio y más cuando el ambiente es hostil. Sabes que no eres bienvenido, aunque lo reconozcas como el lugar donde has vivido tu vida, donde aprendiste a querer, a reír y a llorar. El camino a la tribuna visitante es un tensionante silencio, ellos te miran, tu a ellos, sabemos que no nos queremos ni un poquito. En el momento en que entramos a esa tribuna con los nuestros, la sensación de hogar vuelve, El Campín a pesar de estar teñido de ese color tan desagradable, es nuestro, él lo sabe y nos hace su mejor mueca de sonrisa. No hay nada como cantar para Millonarios con todo un estadio tratando de callarnos porque todo el mundo se deja la garganta, para que los jugadores sepan con certeza que no están solos.

«Me volví a sentir en esos clásicos de hace unos cinco a seis años cuando éramos una caldera hirviendo»

Lo que la hinchada de Millonarios logró ayer no fue obra del odio hacia ellos, fue obra del amor que nos tenemos, de lo orgullosos que estamos de estos colores, a pesar de estar en un mar de divisiones sabemos perfectamente cuando debemos ser uno, logramos una oda a la fidelidad, al aliento, por pasajes del partido solo nos escuchamos nosotros, ellos solo nos observaban, estupefactos.

Las tribunas del Nemesio volvieron a temblar con tanto loco saltando, volvimos a ser uno solo, volvimos a creer que el que lleva esta camisa pegada al pecho es mi hermano; volvimos a saltar todos juntos de un lado para otro en esa comunión sagrada que es el “se mueve para acá, se mueve para allá”. A pesar que estemos en un momento de tránsito, que nuestras barras populares están pasando por un momento muy difícil, estas volvieron a guiarnos, a llevar la batuta del aliento. Me volví a sentir en esos clásicos de hace unos cinco a seis años cuando éramos una caldera hirviendo, cuando norte y sur eran las que levantan las murallas contra los rivales.

Le rendimos honor esos 42 años que habían pasado desde que no nos veíamos con ellos en una copa internacional. Cantamos nosotros, nuestros abuelos y nuestros padres, esos ecos del pasado que están tan incrustados en el ADN embajador, nos hicimos sentir, los hicimos escucharnos. Los jugadores se sintieron en casa, los silenciamos y, lo más importante, vimos que cuando nos juntamos, cuando olvidamos tantos líos, cuando dejamos de lado la clase social y solo nos enfocamos en nuestro amado Millonarios, logramos que todo se detenga para escucharnos.

Ojalá podamos replicar esto en el próximo partido que esta vez no sean 6 mil almas sino 30 mil, que convirtamos el Campín de nuevo en ese fortín en el que los rivales se ahogan; vamos a saltar, vamos a cantar, vamos a querer a Millonarios, vamos a volver a abrazarnos como hinchada pues nos necesita como nunca este escudo.

 

@Cadosch12