Podemos hablar de la banalidad que representa el futbol y que en momentos como el que el mundo esta viviendo es totalmente prescindible. Cuando la cosa se convierte en sobrevivir, algo como un equipo de futbol pasa a ser el ultimo plano, pero eso no cambia que para algunas vidas ese equipo es una parte vital. Millonarios me ha acompañado tanto tiempo, tan cerca, que no lo veo como un ente difuso, lo veo como parte de mi universo.

Millonarios me cambia el ánimo, tiene efecto en mi todo lo que pase con él. Si Millonarios pierde las cosas no saben igual, la vida no se ve tan optimista, pero si le va bien, la comida sabe mejor, el aire huele diferente, empiezo los días de manera distinta. Para muchas personas puede sonar exagerado, extremista, tal vez no han tenido tan cerca algo y por eso no lo entienden.  

Cuando me enteré de que ya había pasado un año entero sin ir al Campín inevitablemente me sentí mal porque no lo veo simplemente como el lugar donde veo futbol. Para mí el Campín es como esa casa de un familiar, en el Campín he pasado tanto tiempo de mi vida, que no puedo entender como ha pasado un año. Fue un sentimiento de culpa, algo triste, algo melancólico.

No pude evitar recordar todo lo que he vivido dentro de ese estadio. La primera vez que fui de la mano de mi papá que todo me parecía alucinante, gigante, ruidoso: ya adoraba a Millonarios. El sentirme cerca de esos jugadores me hacia latir el corazón más rápido, desde allí ha sido algo constante, un ritual comprar las boletas con mis papás, tenerlas en una especie de altar entre mis cosas de Millonarios, contar los días, las horas, los minutos, era una adicción.

Después llegó la adolescencia y los amigos que por gracia divina éramos del mismo equipo. Pegarnos en la reja de Oriental a la popular para sentir que el mundo vibra, tiembla, los gritos de gol y la pintura en la cara. Cualquier dinero para las onces era la oportunidad de ir al estadio, comprar la camiseta, ir a los entrenamientos: un delirio. Desde allí la relación nunca se rompió. Millonarios era parte de mi semana, configuraba los días para ir a la cancha, una invitación un domingo o un miércoles había que chequearla con el calendario de Millonarios; prefería pasar mis tardes en oriental que cualquier otra parte del mundo, cantar esas canciones me quitaba cualquier cosa que pudiera tener.

La cantidad de gripas que me alivió Millonarios, los corazones rotos que me hizo olvidar, los enojos que me quitó, la angustia que cargó por mí. El equipo se vuelve un analgésico y un antidepresivo, en el Campín renovaba energías, pensaba las cosas desde otra perspectiva. No puedo decir si lo correcto sea volver ahora, eso es decisión de cada uno, pero no puedo negar lo mucho que lo extraño, las veces que me descubro recordando ese lugar, sentir el viento en la cara mientras la noche cae y las luminarias que se encienden; el ambiente de esperanza de un partido a punto de empezar, los abrazos de gol, los saltos y las canciones, son algo que de ninguna manera se puede comparar solo con encender un televisor.

Me he cuidado por mi familia, mis amigos, pero también porque pienso volver a recibir la noche, la lluvia o el intenso sol dentro de ese estadio. Pienso en Millonarios como alguien por el que tengo que volver, se que nos podremos reencontrar y que será pletórico. Cuídense mucho, cuiden a los suyos para que cuando nos podamos volver abrazar, estemos todos. Invitados todos a dejar un comentario con lo que más extrañan del Campin, podemos hacer terapia grupal.  

Valentina Cadosch

@Cadosch12