La idea de la tribuna familiar nunca fue necesaria hace años porque no había siquiera un espacio que se pensara para tener niños, pues la seguridad en las cancha no era la más óptima. Las familias se habían alejado por las constantes peleas que se presentaban o, al menos ese era el discurso de la prensa, porque por esa época yo me crié asistiendo al estadio y cuando decían que las barras se habían tomado El Campín, yo saltaba entre las sillas de oriental con “Brand”, una gallina de peluche que desde que recuerdo asiste conmigo al estadio.

Oriental fue el lugar donde se veían pequeñas familias, pero imaginar un espacio donde solo hubiera niños sonaba más como una locura. Ahora es una realidad, sea que estemos de acuerdo o no, y dejando de lado la discusión sobre la tribuna norte, desearía que en la época que yo crecí hubiera existido ese lugar.

El solo hecho de tener tantos niños reunidos al lado de sus padres, escuchando cómo vibra el Campín, aprendiéndose las barras entre ellos, es ganancia. Tejiendo amistades que pueden que duren toda la vida porque compartir tanta pasión forja lazos que son muy difíciles de romper. Con tan poca edad y ya siendo abonados a Millonarios, es una imagen muy romántica. Mientras la mayoría crecimos haciendo esfuerzos sobrehumanos para entender y cantar las barras directamente de aquellos adultos, estos pequeños corren y juegan entre ellos, mientras allí abajo Millonarios deja la vida para darles otra alegría; una razón más para enamorarse perdidamente.

No cambio mi infancia entre partidos, no cambio que me crió Millonarios; lo único que me pueden envidiar aquellos niños es que ante mis ojos vi las mejores salidas del equipo, los hermosos extintores que lo cubrían todo de azul, el estadio inundado en rollo de papel, tocar lo que fue el tapa tribunas más grande del mundo. Les desearía esa fiesta que yo tuve, la que no tenía nada que ver con las finales o títulos, si no con el amor, con el aguante, con ese estadio que se llenaba siempre.

Ya que tienen un espacio donde se lleva a cabo una crianza embajadora, dentro de las entrañas del Campín, se les debe dar uno de esos bailes como los que nosotros tuvimos, para que entiendan que el hincha de Millonarios no necesita títulos o finales para demostrar amor, necesita que salte Millonarios a la cancha, nada más.

Escuchar a la tribuna familiar, cantar “jamás he dejado de ser tuyo” debe ser de esos momentos en que todo vale la pena; tan jóvenes y ya hicieron su juramento hacia estos colores. Pronto saldrán de allí para oriental, donde se vive la fiesta en estos momentos, y allí tomará lugar su juventud, se enamorarán y romperán la garganta para que en muchos años necesiten sentarse en occidental y así dedicar su vida a Millonarios.

Valentina Cadosch

@Cadosch12